Siempre lo recuerdo, con los ojos húmedos y cansados,
hablándole a los objetos de ese taller, en el que trabajó por años y le
torcieron la espalda. Cuando llegaba a visitarlo, ni me miraba, la discusión la
tenía con el “burro de arranque”:
—¿Cómo que no quiere entrar?, si tuvo un mal día, imagínese
yo, que tengo que aguantar sus quejas, con ese ronroneo que suena a falso —decía
y seguía—, si le puse todo nuevo, como me pidió…quédese en el lugar, que me
falta apretar el de abajo.
Bufaba y, sin mirarme, preguntaba:
—¡Nena! ¿Puso la calderita? ¡Fíjese que no bulla!
Mi tío era uruguayo, 55 años, 20 de argentino y a la pava
le seguía llamando “calderita”.
—¡Ta que lo parió!, ¿su vieja le mandó la Canaria, que le
pedí?
“Vieja”, era su hermana. Mi mamá, que solía viajar a
Colonia por trabajo y lo mimaba, trayéndole la yerba, la única yerba, que le
gustaba.
Salía de la fosa, que para mí era un pozo del infierno,
se limpiaba las manos con un trapo engrasado, y le preguntaba al mate:
—Vos todavía estás cargado, ¿no te desensillaste?
Tomaba el paquete que traía para él, entonces recién me
miraba y a mis diez años, me preguntaba siempre lo mismo:
—¿Y? ¿Ya tiene alguien que le arrastre el ala? ¿O todavía
ningún “botija” se le atrevió?
Esas eran todas las palabras que tenía para mí, también
mi mamá hablaba poco, todos hablaban poco entre personas, había un axioma en
casa “la mejor palabra es la no dicha”. En realidad ahora que estoy mayor, veo
que, a las cosas se las trataba como personas y a las personas como cosas.
El tío Walter, al auto le decía:
—Usted sí que es hermoso amigo, ¿me va a arrancar ahora?
Cuando buscaba su gorra para salir, decía:
—Hasta cuándo se va a esconder, mire cómo se ensució
toda, con lo lindo que estaba, no se la puede dejar sola. Venga para acá, que
usted es mi compañera.
Mamá, golpeando el televisor mascullaba:
—Este que se piensa, nos maneja a todos, anda cuando
quiere.
O a la plancha:
—Hoy te vas a portar bien, ¿no me vas a quemar?
Un día, extraño para mí, mamá dijo:
—Al taller del tío, no se puede ir más, ni va a venir
nunca.
Nada más… y nos fuimos a vivir a Colonia, en unos días.
Años después, me llegó una noticia sobre el tío Walter.
Su escopeta de caza, había terminado el trabajo, que el
auto no había podido hacer esa noche fatídica, cuando volcó y dejó a toda su
familia sin vida, sobre el asfalto de la ruta 1, a Juan L. Lacaze.
Charlybicen