La estatua enorme que tuve ante mis ojos, me impactó
sobremanera y cobró un significado especial para mi vida, cuando mis tíos me
explicaban que se trataba de una señora que representaba la “Libertad”. Nos
acercábamos a Nueva York y mirando desde la cubierta del vapor estaba
deslumbrada por todo. Tenía sólo seis años, mis tíos Lech y Helga, creyeron que
un viaje como este, después de la reciente muerte de mis padres, serviría para
mejorar mi estado de ánimo. Mis padres amaban la libertad, y la sentían en la
cima de los montes Cárpatos que todos los años ascendían.
De regreso a Varsovia, donde nací en 1932, me reencontré
con mis primos y volví a disfrutar el andar en bicicleta, pues el viento que
volaba mis cabellos me hacía sentir libre. Con Salomon éramos muy amigos,
hacíamos carreras dentro del bosque, hasta que un día de 1939, sentimos unas
explosiones que nos dieron mucho miedo y regresamos a casa. En pocos días las
explosiones se escuchaban más cerca, hasta que comenzamos a oler humo, escuchar
sirenas, sonidos de vehículos enormes que no estábamos acostumbrábamos a ver y
por sobre todo desesperación en las caras de nuestros mayores— ¡Joanna no
salgas de la casa!— me advertía tía Helga.
Por suerte Salomón seguía viviendo en casa, ayudábamos a
preparar las valijas y todo lo que pudiéramos llevar; no sabía por qué nos
teníamos que mudar de una casa tan cómoda — ¡Estamos perdiendo la libertad! —,
dijo Salomón, cuando unos soldados muy violentos, irrumpieron en la habitación
golpeando a todos los adultos con mucha violencia, gritando — ¡RAUS!!—. Ya
afuera, nos encaminamos en fila hacia la parte más pobre de Varsovia, donde
habían construido un muro que se atravesaba por muy pocos lados, al pasar,
muchas familias a los costados, nos escupían y hostigaban gritándonos — ¡Fuera
Judíos!— . Cuando pasamos el control, con todos nuestros bártulos, mi tío Lech
dijo — ¡al menos aquí dentro seremos libres!—. Íbamos rumbo al Gheto de
Varsovia. No entendía nada.
Donde fuimos a vivir, era un lugar muy pequeño compartido
con otras familias, la primera noche, como para que me quedara tranquila, la
tía Helga, me dio una pequeña réplica de la Estatua de la Libertad, que amé
toda mi vida. Al principio me consoló usándola de muñeca, hoy siempre que la
miro me ayuda a no aflojar para luchar por la “Libertad” que representa. Pocos
meses después, con Salomon nos escapamos dentro de una parva de pasto, hasta
que dimos con una familia católica, que nos hizo pasar por sus hijos y nos
trajo a la argentina. Del resto de mi familia, no supe más nada.
Hoy tengo más de 80 años, y cómo que me llamo Joanna
König, sigo luchando, porque la Libertad es un tesoro inherente al humano, por
ello nadie debiera eliminarla ni contradecirla.
Charlybicen
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