domingo, 7 de febrero de 2021

DE PRONTO

De pronto, todos los carteles cambiaron mostrándonos el nuevo idioma y lo difícil que nos resultaría entendernos. Alemania, país que nunca pensé en elegir en mi primer viaje, estaba presente; sentí la emoción al estar en la tierra de parte de mi familia paterna y también el resquemor de que nadie me hubiera transmitido ninguna costumbre o tradición de este hermoso pueblo. Desde la frontera marcada sólo por las nuevas banderas hasta el próximo destino quedaban unos 260 km, igual antes nos detuvimos en un parador en Wattenheim, ciudad que pertenece al estado de Renania. 

Con la prima Betty, que me acompañó en el viaje junto a su marido, compartimos la curiosidad por los objetos raros y en la tienda de antigüedades frente al parador,  ambos pusimos la vista en el más pequeño objeto de una estantería poco frecuentada, al decir por el polvo acumulado. La dueña, una pintoresca alemana vestida con un típico atuendo de la zona, larga cabellera extremadamente rubia, armado su peinado con dos trenzas y una pequeña cofia color verde, se presentó y en un dificultoso español, nos terminó explicando que se trataba de un sonajero onomatopéyico y como nunca lo había hecho funcionar, lo tenía arrumbado en ese estante. Betty lo tomó y de pronto se escuchó ¡Pfff!, la alemana al instante, le dijo: “vos dueña”, y al mostrarle la palma abierta comprendimos que su valor era cinco euros. Betty quedó sorprendida y encantada a la vez, sumándole que al pagar escuchamos un ¡Muac! como beso de bienvenida. Acto seguido, no pude con mi genio y quise tomarlo, a lo que escuchamos un ¡Grrr! que me sobresaltó y que por el momento me hizo desistir del intento y escuchamos ¡Jaja, jiji, jojo! y mis primos poco menos que se tiran al piso de la risa, mientras yo luego de mi cara de susto dejé paso a la alegría del momento. 

Cuando Betty quiso guardarlo en su mochila, el sonajero expresó ¡Puf, puf! por lo cual lo siguió sosteniendo en su mano y escuchamos ¡Rum, rum! cuando nos pusimos en marcha hacia el próximo destino. Los nombres familiares que siguieron apareciendo en el camino, fueron Neustadt, Frankestein y por fin Heidelberg. Del sonajero, por suerte solo venía un ¡Zzzz!

Las construcciones que encontramos nos mostraban el tipo de edificación que seguiríamos viendo en esta zona de Europa. Heidelberg es una ciudad que comenzó funcionando como tal a orillas del río Neckar, habitada primero por los Romanos en el año 40 d.C. Aunque los primeros escritos datan del año 800, también aquí se encontró la mandíbula del “hombre de Heidelberg” que data de 600.000 años y es el resto humano más antiguo de Europa. En el 1150 construyen el castillo, una de las principales atracciones, otra es la más antigua Universidad de Alemania, fundada en el 1350, ubicada en la plaza de la Universidad. 

Le pregunté a mi prima por su última adquisición y me refirió que al girar la base se desactivaba, lo que le permitía cierta independencia y tranquilidad. Pensé que los humanos deberíamos tener la posibilidad de desactivar por momentos a algunas compañías de nuestra vida

Al llegar, almorzamos unos mates y los clásicos sanguchitos en los bancos de la plaza principal, frente a la Universidad donde estudian 1 de cada 5 habitantes de la ciudad y donde a través de los años fueron profesores y alumnos, figuras de la talla de Karl Jasper, Alfred Weber, Hegel, Kirchhoff, Bunsen, Jensen y otras como, el hijo de Nelson Piquet o el indeseable nazi Goebels. También es bueno citar que después de la segunda guerra, en un accidente de tránsito muere en esta ciudad, el General Patton, héroe americano.

Escuchamos ¡Ohhh! y ¡Miau! y nos dimos cuenta del gato barcino que buscaba caricias.

Subiendo un escarpado camino, llegamos al castillo, de tamaño monumental y belleza particular mostrada en los jardines que lo rodean, en las ruinas de algunos de sus muros o en la plataforma que forma un parque lleno de arbustos variados y desde donde veíamos el río, el valle y el resto de la ciudad. A cada lugar que nos deteníamos aparecían las expresiones del sonajero ¡Ahh! ¡Ohh! ¡Uhh!

Al descender, fuimos caminando por la peatonal ¡Uf, uf! todo el trazado de calles angostas que vienen de la época medieval, hasta la plaza y en una cervecería disfrutamos de unos chops ¡Hmm! reteniendo en nuestra vista las típicas construcciones  con vigas de madera y balcones, con maceteros adornados de flores, de pronto escuchamos ¡Tic-tac, tic-tac! y efectivamente estábamos frente a una torre con reloj del 1400.

Llegamos al río para cruzar el puente antiguo Carlos Teodoro, construido en 1250, hasta el llamado Camino de los Filósofos, desde donde se nos presentaba una muy linda vista del castillo y todo Heidelberg, se supone que los estudiantes universitarios buscaban inspiración en los hermosos paisajes, considerado uno de los caminos más bellos de Europa. 

El puente está encabezado por un pórtico medieval con dos torres cilíndricas y enormes, al lado del cual se emplaza la réplica de la estatua de bronce de un mono muy característico ya en el siglo XVII, que fue destruido junto con la torre en la Guerra de Sucesión de 1690, escuchamos ¡Jejeje! Tocar el espejo que sostiene en su mano, asegura el retorno a la ciudad, si en cambio se desea fertilidad, se le deben tocar los testículos, que por cierto están muy brillosos. Betty, que sueña con ser mamá, se animó a tocarle “las partes” a lo que nuestro impertinente compañero expresó al instante ¡Yujuuu!

Avanzada la tarde, debíamos terminar nuestra visita a esta ciudad tan particular, el micro sobre la avenida costanera, estaba dispuesto, pero al subir surgieron los comentarios en voz alta del ¡Adiós! ¡Adiós! a Heidelberg y las últimas onomatopeyas que escuchamos ¡Aggg, Bahh! que le siguieron a un ¡Sniff, sniff! terminando con un larguísimo ¡Zzz, zzz! y desde que cruzamos el límite de la ciudad, nunca más pudimos escucharlo ni supimos que energía lo activaba. Hoy es el juguete preferido de Teodoro, el bebé de Betty de tres meses.

Charlybicen


 

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