Una característica que se dibuja en mi memoria del San
Martín de los años 50, es el empedrado de sus calles.
Pérez Arzeno por ejemplo, donde nací y viví diez años, por
la que caminaba de la mano de mi Papá ó mi Tío,
los 50 m que nos separaban de ese maravilloso espectáculo que era ver
pasar el tren de carga, con su máquina a vapor (que me sobresaltaba al resoplar
el silbato a su paso) y sus innumerables vagones; ó el de pasajeros hacia el
interior, con infinitos saludos desde las ventanillas.
El empedrado de Riobamba, paso ineludible de la línea de
colectivos 4, y donde estaba la peluquería (de rigurosa visita cada quince
días).
En Pueyrredón, también empedrada, a esperar el colectivo 19,
en el que viajé sólo por primera vez, pagando un boleto de 0,90 $ m/n, hasta
Santos Lugares a visitar a mi abuela.
El de Matheu que tomaba hasta Córdoba, para llegar al
Instituto Mariano Moreno, con su frente de casita de Tucumán y su palmera en el
patio central, donde cursé los primeros años de primaria.
Dos veces recuerdo que el empedrado desapareció de mi vista,
una cuando lo desarmaron para dar paso a la construcción de las cloacas y
desagües pluviales, quedando convertido en un maravilloso paisaje de montañas,
túneles y piedras, que utilizábamos para emular a los “Cowboys” de televisión.
Otra fue una tarde que llovió tanto que casi todo el empedrado desapareció,
cuando las calles se inundaron y sólo se podía cruzar usando los
característicos puentes de la época, que consistían en dos tramos ubicados en
ambas aceras girándolos hacia la calle, uniéndolos para poder cruzar.
Hoy pocas calles continúan empedradas, entre ellas un tamo
de mi querida Pérez Arzeno, que mantiene casi intacta su vista de postal de los
años 50.
Charlybicen