lunes, 23 de noviembre de 2020

LAS LUCES



Las luces de la estación de peaje me encandilaron. No sé si fue la curva, el despuntar del sol o las horas que llevaba conduciendo, pero créame: ciertos hechos confunden mi pensamiento, de manera muy extraña.

Para comenzar en esta ciudad, descubrí que el valor del dinero era relativo y no me estoy refiriendo al cambio de billetes que se hace habitual al pasar una frontera. Allí los gestos, las actitudes, las acciones, tenían valor; sin ir más lejos, atravesar la barrera de peaje, figúrese por favor, me significó, no solo tener que ponerme una peluca con rulos verdes, sino también enfrentar una cámara y con una amplia sonrisa resolver una trivia de canciones infantiles, cuyo video sería usado para entretener a los niños del hospital local.

Hambriento, cansado y de alguna forma incómodo, paré en el primer café de esta curiosa ciudad. El aspecto general del lugar, se contraponía al exterior, con una decoración elegante y cálida, mucha madera trabajada, unos ventiladores de techo muy lentos. Las ventanas se ubicaban de una forma tan particular que no permitían observar el movimiento de la calle; estaban cubiertas de gruesas cortinas color bordó sobre delicado voile, las paredes con gobellinos auténticos, traídos de París, las sillas y sillones tapizados en terciopelo verde y negro, con detalles dorados. Un clima verdaderamente acogedor.

Luego de pedir un café cortado y unos tostados, desplegué sobre la mesa el mapa del que nunca me separo. Inmediatamente se acercó un jovencito que con total descaro, dijo que en este pueblo eso no me serviría. Acomodando mis lentes, lo observé por encima de ellos y le pregunté si tenía algo más para decirme, a lo que respondió con sencillez, que en la ciudad de Tamara, lo único interesante para visitar era la calle Memory-street, y él se ofrecía gustoso a guiarme.

Pregunté al mozo el costo de lo consumido, a lo que respondió, que con el gesto de atender amablemente a Federico, mí futuro guía, todo estaba pago. Doblé el mapa y al atravesar la puerta, me dio la sensación de estar en un Spaghetti-western de los años sesenta. En mis oídos comenzaron a sonar las incomparables melodías de Ennio Morricone.

Al acercarme al auto veo a Federico en la esquina, que con un gesto indicaba que siguiera caminando; ahora me tocó cambiar de película, ya que mi guía se transformó en un verdadero Fellini, al describir con lujos de detalles a los habitantes de esa calle, verdaderamente como si relatase Amarcord. Imagínese: de pronto comenzó a invadirnos la música de Nino Rotta. Ahí, me volví más loco que antes y quedé en un estado de éxtasis, mientras Federico me contaba y describía con lujo de detalles, todos los personajes que atendían detrás de las puertas señaladas con iconos y desprovistas de nombres. Recuerdo un cartel con un señor algo desquiciado subido a un árbol, otro que mostraba a una señora con vestido elegante y sombrilla, otro con un descomunal corpiño, que nos despertó incómoda risa, otra con copos de nieve. Así pasamos por todas las puertas.

Me señaló una con una oreja, un niño y un proyector, e hizo que entrara a imaginar a Alfredo y su máquina en la película Cinema Paradiso. El aire volvió a envolverse con los acordes de Ennio Morricone.

Mientras Federico me contaba y contaba, llegamos a la esquina donde una puerta, tenía como ícono unos lentes redondos y cristales negros sobre un piano blanco. Casi me desmayo al escuchar la inconfundible melodía de Imagine, que se filtraba no se por dónde. Tanta emoción me superó. Nos dirigimos al auto, le obsequié mi campera de cuero, recién comprada, que él elogió mucho, me agradeció y al estilo Roberto Bennini en La vita è bella, con su mejor sonrisa, se sacó el sombrero y haciendo una reverencia, me saludó cómo a la Principessa, bajo los acordes de la melodía de Nicola Piovani.

Retorné a la ruta por la estación de peaje, que ya no era tal, y miré por el retrovisor para darle un último vistazo al curioso pueblo. Solo veía la cinta asfáltica. Nada más. Casi sin pensarlo comencé a silbar las melodías que había recordado, seguí el camino y me sentí feliz. ¿Usted me entiende, no?

Charlybicen

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