miércoles, 21 de septiembre de 2022

69- HOJAS ARRANCADAS

 

Hojas arrancadas

No creo que se sepa en el mundo 

de río tan grande y tan fondo

Cristóbal Colón (1498). 

Carta de relación del tercer viaje.


Haber nacido en una familia de científicos, investigadores y exploradores, como podrán imaginar, se las trae. Me crié entre frascos, microscopios, erlenmeyers, pilas de libros y documentos. Amo los apuntes de mi bisabuelo, que inició este destino familiar y llevó prolijamente una especie de diario, escrito en un rudimentario cuadernillo de hojas cosidas y tapas de cuero del que se pueden rescatar, fechas, nombres y muchas curiosidades.

Llegó a mis manos protegido por un pequeño cofre antiguo de madera.

La primera vez que abrí sus notas me encontré con una hoja suelta, arrancada, que tenía escrito un extraño relato que comenzaba así: “Su vuelo es suave y amable, el agitar de sus alas es tan silencioso como el de una mariposa que pasa a nuestro lado y nos sorprende. A pesar de su anatomía tan extraña, no podría decirse que estamos en presencia de algo que provoque temor. Las garras con que terminan sus extremidades delanteras, tienen como único fin el de asirse a las ramas de los árboles preferidos para alimentarse. Las escamas en las patas evitan que los lastimen las espinas. La larga cola compacta le da estabilidad en el vuelo, pero es toda un arma cuando la agita con vehemencia. Su parte trasera está cubierta con una especie de coraza dorada, que protege su zona más vulnerable. La trompa le permite, en pleno vuelo, tomar de entre la tupida vegetación las hojas y frutos que más le gustan; además, la usa para sorber al paso agua del majestuoso Orinoco. Su cabeza, de piel arrugada, lo muestra como un ser muy longevo, sus ojos grises parecen tristes. A pesar que su tamaño no supera las dos cuartas, desde lejos se lo puede reconocer, debido a lo multicolor de su plumaje y la longitud de sus alas. Lo más extraño es que permanecen a la vista pocos instantes y sólo luego del amanecer. Durante esos minutos, sentí que la extraña ave, tenía la mirada clavada en mí y me obligaba a que no pudiera apartar la vista de él; cómo si fuéramos los únicos seres vivos del lugar. Pepe dice que no todos tienen el privilegio de verlos”.

Esa compleja descripción, me llevó a interesarme por todo el diario. Ahora me referiré a las notas que datan de 1860 y cuentan de qué modo llegó a encontrarse con el extraño ser. Por aquel entonces, contaba con veinte años y estaba bajo la tutela de un investigador polaco que vivía en España. Se refiere varias veces en los escritos cómo “El científico loco Marcelius Kowski”. El doctor Marcelius, como le gustaba ser nombrado, tenía documentación sobre exploradores (el francés Bonpland y el prusiano Humboldt), que en mesetas adyacentes a la cuenca del Orinoco, hablaban del hallazgo de exóticos animales nunca vistos. 

En su primer relato cuenta: “El doctor Marcelius quiere que embarque rumbo a América, antes de que se desate la posible guerra de intereses territoriales entre Francia, España y Prusia. Me dio un dibujo y un mapa con precisiones referidas al delta del Orinoco. A él puntualmente le interesa un ave registrada en sus notas cómo Elenedillo. Menudo trabajo el encontrar esa pequeña bestia[…]

Luego de desembarcar después de una incómoda travesía, me dirigí a entrevistar algún nativo que identificara la zona y el plumífero. Me asombró que el aborigen de la tribu de los Waraos, hubiese hablado tan fluidamente el español. Evidentemente ese falso orgullo que mostramos los europeos, nos puede limitar en la comunicación. Al mostrarle los dibujos que el doctor Marcelius adjuntó a los mapas, rápidamente me invitó a su canoa para gentilmente acompañarme. Cargó las provisiones luego de algunas discusiones sobre la cantidad de doblones de oro que costaría el viaje. 

Un día de travesía nos llevó encontrar el lugar, debimos cruzar una extensión de agua hasta una isla llamada Margarita. Pepe, como rebauticé al nativo, dijo que debíamos esperar el amanecer para ver al Elenedillo. Antes debíamos beber unas pociones que guardaba celosamente en un extraño recipiente y además fumar unas pipas que contenían hojas secas de la zona, que calmarían a los dioses del lugar y a los Elenedillos que ellos llamaban Tucupita. Las bebidas y los humos nos mantuvieron despiertos hasta el amanecer. Mi estado emocional y mi dolor de cabeza fueron en aumento hasta que nos dirigimos a un claro de la selva virgen, a esperar el vuelo del Tucupita. Ese amanecer pude ver un único ejemplar, al siguiente vi una pareja, pero solo al tercer día pude […] 

Hojas arrancadas…hojas arrancadas…hojas arrancadas…

¡Malditos! Cuánto conocimiento le arrancaron a la humanidad…

Charly Zerzer Agosti

Setiembre2021


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