jueves, 28 de octubre de 2021

051-Iz y Der


  Iz y Der


En aquel pueblo que quedaba más lejos que la inmensa lejanía, vivía Gianbatista, un zapatero muy creativo y sorprendente. No podía ser de otro modo, ya que era el favorito de Ondina, un hada cuya principal tarea era cumplir sueños. El zapatero era tan minucioso en su tarea, que se decía que sus zapatos tenían vida propia. Para crear cada par, acostumbraba a visualizarlos en sus sueños mientras dormía. Dormir y soñar no le costaba mucho, primero porque su cama estaba instalada en medio de una pequeña habitación rodeada de estanterías repletas de zapatos, a los que contemplaba mientras se dejaba atrapar en su fantasía y segundo porque le gustaba el buen vino. Cada noche tomaba varias copas y allí Orfeo con infinita ternura lo llevaba a volar por el mundo del diseño.

Esta vez, Gianbatista soñó que se encontraba a los pies de su cama, unos pequeños zapatos rojos de mujer, brillantes, delicados, suaves. Al despertar recordó que Ondina, le había traído una pieza de cuero que respondía a ese estilo, además le había pedido un par  que pronto los vendría a buscar. Sin dudarlo se abocó al trabajo y en cuestión de algunas horas, quedó más que satisfecho por la tarea cumplida. Cenó, bebió su vino y volvió a dormir y soñar.

Cuando con la oscuridad se hizo el silencio, los zapatitos nuevos brillaban en medio de la mágica madrugada. Ondina, acostumbrada a encontrar dormido a Gianbatista, no dudó en entrar al lugar para buscar el preciado encargo. Los destellos le indicaron cuales eran los que había pedido. Los tomó y los llevó al interior de una extraña carroza, tan brillante como los zapatitos y las gasas del vestido de gala que compartían en el asiento de terciopelo verde. Todos se preparaban para la tarea mientras viajaban, la carroza que era la más experta en las labores pedidas por el hada, les comenzó a contar al vestido y a los zapatitos, que iban a cumplir el sueño a una jóven muy empeñosa pero sin recursos para lograrlo. Les habló de un castillo, de un baile y de un jóven príncipe. Los zapatitos, Iz y Der, se miraron intrigados pensando en qué tarea debían cumplir. En un periquete, llegaron. Todos vieron salir a la jóven tan emocionada que estuvieron a punto de soltar una lágrima, cosa que no pudieron ya que rápidamente, cada uno debió ocupar su lugar.

Ella embelesada por la situación, no sabía que mirar primero, nunca había tenido la ropa que ahora portaba y mucho menos los zapatos brillantes que reemplazaron a las desvencijadas zapatillas remendadas. Iz y Der, lucían orgullosos de sostener tan grácil cuerpo. Ya en el lugar, sintieron la energía que tenía la jóven a cada movimiento, más cuando escucharon la música, ella comenzó a llevarlos por todo el salón con pasos que asemejan un vuelo de mariposa.

La escucharon sonreír toda la fiesta, hasta que los sorprendió un pequeño grito. Entonces la jóven dejó de bailar y comenzó a correr. Iz y Der la acompañaban escaleras abajo hasta que Iz se trabó en un escalón y se salió del pie. La carrera no se detuvo y Der continuó con ella, mientras que Iz fue levantado por el apuesto príncipe que se quedó sin consuelo con el encantado zapatito en la mano.

Con los días, Der fue a parar al arcón de las cosas útiles que tenía el hada Ondina, a esperar reunirse con su par. El día menos pensado, sucedió e Iz volvió al arcón y comenzó a relatarle a Der, las peripecias de andar de pie en pie. De los pequeñísimos y de los otros. De los sanos y de los otros. De los limpios y de los otros. Hasta que por fin, se encontró con el pie que andaban buscando.

Der lo esperaba para volver a ser un par, pero Iz ya no era el mismo, la ronda por el mundo lo había cambiado, ya no tenía el brillo de otrora y apenas si conservaba la forma. Ambos se volvieron solitarios y taciturnos y poco a poco terminaron en el fondo del arcón, casi inertes, para nunca más volver a la magia de Ondina.


Charlybicen


2 comentarios:

  1. Charly, tu originalidad me sorprende con cada cosa que dicen tus palabras. Encantadoramente mágico cuento de hadas.

    ResponderEliminar