miércoles, 22 de septiembre de 2021

48-OTRO PARAJE

OTRO PARAJE


¿Y qué pretendes?

¿Que viva desnudo en el tejado?

Antonio Skármeta

El lugar parecía desolado, pero la propiedad se veía sólida. Un chalet de los años cincuenta, de tejas coloniales, con algunas faltantes, mucha piedra de la zona en las paredes, las aberturas de cedro se mostraban bien cuidadas, pero el jardín reclamaba atención. El cartel de venta no tenía ninguna dirección o teléfono para consultar, golpeó infructuosamente las manos luego de haber insistido con el llamador. La ruptura de ese silencio casi sepulcral en la tarde de Capilla del Monte, alertó a un vecino que dormía la siesta bajo una encina frondosa, que un tanto molesto, pero a su vez curioso, se sintió obligado a acercarse. En ese lugar ya nunca pasa nada, ahora los turistas recorren algunas calles céntricas y los caminos que van al Cerro Uritorco o al Zapato, por allí de tarde no vuelan ni las moscas. 

—Hasta el mes que viene, no va a encontrar al dueño —dijo el vecino amablemente y agregó—: Buenas tardes ¿Está interesado en comprarla?

—Algo así —replicó el visitante, con cara de pocos amigos. Y siguió mirando los alrededores sin llevar la vista al curioso inquisidor.

—¿Es de Buenos Aires? —siguió el vecino agregando—. ¿Vino de a pie? —La indiferencia que mostraba el visitante, no hacía mella en la actitud del hasta ahora entrometido, que señaló—: Soy Gordon Invo. Pa’ lo que guste.

Eso sacó un poco al joven de su frialdad y como hablando consigo mismo, dijo en voz alta “Tantos kilómetros al pedo, para no encontrar a nadie”.

Gordon lo escuchó y se acercó diciéndole—: Pero no se preocupe joven, todo se arregla, empecemos ¿Cuál es su nombre?

El joven se puso más molesto aún, pero perdido por perdido, trató de mostrarse gentil y le contestó—: Franco es mi nombre. Sí, quiero comprar la propiedad y vengo de Rosario, mi auto se detuvo a unos 50 metros de aquí, no sé por qué, y caminé los pasos que me separan. Pero ahora encuentro que no puedo hacer nada y además estoy de a pie —El hablar con Gordon y descargar su malestar, lo relajó y preguntó—: ¿Dígame Don Gordon? ¿Usted sabe algo de los dueños?

Gordon, con la seguridad que le dio el verlo venir al pie, como dicen en el boliche, respondió—: Y…  yo soy el cuidador.

—Pero hombre, haberlo dicho antes —dijo entre sonrisas, Franco.

—Usted no me lo preguntó. Pero lo veo tan perdido, como si viviera desnudo sobre el tejado y con cierta altanería, no quería pasar por pretencioso.

—Tranqui amigo, le pido mil disculpas, pero tantas horas en la ruta, el auto que se detiene sin saber por qué y encima llego a un lugar que no puedo visitar, imagínese cómo tengo los nervios.

—Bueno Franquito, está todo solucionado, yo tengo la llave, le muestro la casa por dentro y si quiere por un par de noches la puede alquilar y la prueba. Desde hace veinte años, nadie se queda más de dos días, no lo quiero asustar, pero en la década del 70 yo fui uno de los que hizo los avistajes de ovnis y en ese quincho que tiene la propiedad vi cosas raras. Mañana le cuento.

—No se preocupe Don, yo no creo en los ovnis y menos en sus ocupantes. Después que abra la casa me tiro a dormir y mañana será otro día.

A la mañana siguiente, Franco desayunó lo que había traído para el viaje y se fue con sus bártulos hasta el pueblo para encontrar provisiones y un mecánico para el auto. 

Camino al super, entró a la inmobiliaria Vader, la primera de la avenida. Derrick su dueño, lo invitó al escritorio y se puso a su disposición. 

Franco le consultó por la propiedad que se vende en la calle Mendoza. 

—¿Mendoza, Mendoza? — buscó—. ¡Ah! sí, ya sé, esa es una oferta privada, hace años que está en venta, su dueño no se conoce, personas algo extrañas algunas veces la habitan, pero nadie las trata y tampoco se sabe quién les da las llaves para entrar. 

—¿Usted conoce al señor Gordon Invo? ¿Vecino del lugar?

—Ni idea, yo vivo en la casa del contrafrente y jamás sentí hablar de ese señor ¿Por qué lo pregunta? 

—Es que él me invitó a usarla, luego que le manifestara mi deseo de comprarla.

—Le pregunto algo—le dijo Derrick—. ¿Por casualidad, su auto se detuvo sin explicación unos metros antes?

—Efectivamente —respondió Franco algo nervioso

—Amigo, vuelva a su auto y si arranca, le sugiero que se aleje de Capilla del Monte y no pase a integrar la lista de personas de las que nunca más se supo.

Franco, estaba confundido. Ahora sí que se sentía desnudo sobre el tejado. Puso el coche en marcha y arrancó raudamente a buscar sosiego en otro paraje.


Charlybicen                                


 

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