lunes, 13 de septiembre de 2021

45-Verdad grabada


 Verdad grabada


Ese viernes, los cuatro dispusieron sus horarios, para no perderse la reunión tan particular. Luego de las 21, llegaron al edificio. El portero tenía los nombres de los invitados que Glenda recibiría. 

Todos se conocían desde que habían sido testigos involuntarios del fatal accidente, presenciado al cruzar la esquina de Corrientes y Talcahuano. Un colectivo, al girar, había sido embestido por un imprudente motociclista que cruzó en rojo el semáforo y ni su casco lo salvó de la muerte. Todos quedaron impactados, mientras esperaban la ambulancia, los policías de un patrullero estacionado cerca, se hicieron presentes, tratando de vallar el lugar y tomar nota de los testigos que pudieran aportar lo que vieron. Dentro de las 48 horas, se podían presentar a declarar en la comisaría Nº3, de la calle Tucumán. 

El destino quiso que Glenda Jackson, Griselda Pérez, Gastón Ferretti y Claudio Silvestre (el malabarista de la calle Talcahuano), coincidieran en día y horario para presentarse. Allí se reconocieron y enseguida comenzaron a intercambiar opiniones sobre el accidente. 

Glenda era la única callada y la que se alegró de la coincidencia, aunque no cree en las casualidades sino en las causalidades; ella vende ropa de fiesta en una galería de la Av. Cabildo. Su madre combinó el apellido extranjero de su marido y le puso el nombre de una actriz que admiraba. Tiene 35 años, le encanta conocer gente y cuando se dan las circunstancias, las invita a su casa. 

La espera para declarar se hizo interminable, a medida que conversaban se fueron soltando y allí se enteró de varias cosas sobre Griselda Pérez: que tenía 29 años, que era contadora y estaba divorciada. Ama los gatos y las plantas. No tiene hijos.

A su lado, se había sentado Gastón Ferretti, un apuesto joven de 33 años, corredor de una fábrica de calefones. Vive con sus padres. Las plantas, el ajedrez y las películas XXX son su escape.

Finalmente, en la silla de enfrente, se había sentado Claudio Silvestre que a sus 36 años, sigue disfrutando el ser malabarista en esquinas céntricas de Buenos Aires. Está enamorado de su admiradora secreta.

Fue tal la empatía que Glenda descubrió, que les propuso una pronta reunión informal, en su departamento del barrio de Belgrano, para conocerse, esa noche no se hablaría del accidente, ni sus consecuencias. El más reacio a decidirse pronto fue Gastón, el cuidar a sus padres lo usaba como excusa, más cuando se trataba de reunirse en grupo, pero Griselda lo convenció a salirse de sus rutinas y animarse a más.

Glenda, era la única hija de un ingeniero electrónico que había perfeccionado una máquina de la verdad; luego de quedar huérfana, siguió como aficionada probando el aparato que le resolvía reuniones muy amenas y divertidas con sus variopintos invitados. La máquina detectaba luego de procesar la información, por el efecto que una pregunta hacía en el invitado, una respuesta que traducía en un parlamento robótico. El artilugio solo se reducía a una especie de tensiómetro, una red para el pelo con algunos cables y luces led, a modo de casco, conectado a una pequeña computadora.

El delivery de picadas y bebidas llegó en horario. Luego de las primeras conversaciones informales, Glenda les contó del proyecto que tenía de probar la máquina de la verdad con alguno que se ofreciera. Todos se miraron y Claudio, que había estudiado circo y sabía de pruebas en el espectáculo para entretener al público con sorpresas y trucos, se ofreció sin mucho protocolo.

Con la ayuda de Griselda, Glenda procedió con la instalación, antes de encenderlo, le dijo que le formularía una pregunta de prueba y luego dos más. La luz ambiental era tenue y la tensión de todos iba in crescendo, la red se encendió de un rojo brillante, que asemejaba un manojo de rubíes. Claudio estaba tranquilo, casi disfrutando, cerró los ojos y escuchó la pregunta:

—¿Cuál es tu palabra favorita? —la luz de la red, se apagó un instante y luego comenzó a parpadear, por el altavoz sonó la primera palabra en un tono metálico:

—Amor —se escuchó, aumentando el nerviosismo de todos; acto seguido, las luces de la red comenzaron a parpadear nuevamente y por el altavoz se escucharon más palabras separadas por una interrupción:

—Paz...Tesoro…Confianza —esto sorprendió a todos, pero aún más a Glenda, quien estaba pensando en por qué el altavoz tradujo tres palabras. Confianza, era justo la pensada por ella. Griselda y Gastón, identificados con las otras, no salían de su asombro, pero Claudio ignoraba lo que escucharon todos debido a que el casco se lo impedía, él observaba sus caras y gestos que lo intrigaban. Glenda le señaló la segunda pregunta:

—¿Qué profesión te hubiese gustado tener? —Luego de unos instantes y mucho parpadeo de las luces, se escuchó:

—Crupier Las Vegas… Vivero… Ajedrecista… Ingeniera.

 El malabarista, seguía en su estado de ignorar todo, como si fuera un dulce corderito llevado de una soga por Glenda.

La última pregunta no se hizo esperar:

—¿Qué es lo que te causa más placer? —la luz de la red comenzó el parpadeo, todos se concentraron en el altavoz, y se escuchó:

—Mirada Mariela —se hizo un silencio que se podía oír, y el altavoz continuó con su voz monótona:

—Recuerdo adolescente… Porno… Vestido bailarina —Glenda, fue la primera en decir:

—Acá, está ocurriendo algo maravilloso pero imprevisto… ¿ustedes lo escucharon? Griselda, un poco nerviosa, dijo:

—A esta altura de la reunión, debo decirles que lo que más me causa placer es recordar todavía las relaciones íntimas que tuve en la adolescencia con mi parejita Gabriel.

Gastón agregó:

—Esto no lo hablo con nadie, pero lo que me causa más placer es mirar películas porno.

Glenda cerró el momento confesando que lo que más placer le produce es soñar que, vestida de bailarina, lo hace como su amiga Claudia.

Viendo el estado de nerviosismo general y su imposibilidad de dar muchas explicaciones, La anfitriona decidió terminar el juego. Luego sucedió que, al desconectar la máquina, los cuatro, en un estado de confusión, se sorprendieron al darse cuenta de que no recordaban lo que había pasado desde que Glenda conectó los aparatos. La picada se había consumido y cada uno estaba ensimismado con su pensamiento, una risa nerviosa los atravesó y decidieron retirarse a sus vidas con la promesa de comunicarse a la brevedad.

Glenda, no salía de su asombro ya que estaba tan desconcertada como el resto, ignorando lo sucedido. 

Al retirarse a descansar, descubrió que la videocámara puesta por ella sobre la biblioteca, seguía encendida… 


Charlybicen



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