lunes, 6 de septiembre de 2021

44-Valió la pena

 

Valió la pena


A Luis lo movilizó leer el libro que le acerqué: El lugar sin límites. Su reacción inicial, fue decirme que las historias de homosexuales, no le interesaban, menos de prostíbulos y menos de lugares baratos y sucios, pero que, por mi invitación accedió a leerlo. Lo comentó como la historia muy dura de Manuela, un travesti homosexual que goza su vida bailando en un prostíbulo de muy baja estopa, en un pueblito perdido y casi deshabitado, queriendo ser feliz, vistiéndose de sevillana, relatando el miedo que tenía hacia personajes despreciables y a su vez la virtud de defender a la víctima, que lo llevó a una tragedia. Me agradeció la deferencia que tuve al facilitarle el libro y me contó su historia personal.

Su relato comenzó a partir del viaje de egresados que realizó junto a sus compañeros del colegio Industrial en 1966 y lo llevaron a tener su primera experiencia de intimidad sexual. En aquellos años, los viajes estaban motivados por el estudio, el conocer el trabajo en grandes empresas y los paisajes que las rodean recorriendo parte del país.

—Por aquel entonces tenía 18 recién cumplidos —Comenzó a relatarme Luis 

—El viaje se originó en Córdoba, donde pudimos visitar las fábricas Fiat, Materfer y Renault. Seguimos con la visita a un ingenio azucarero en Tucumán, donde tuvimos la oportunidad de probar el dulce encerrado en la pulpa de la caña de azúcar. Pasando por la ciudad de Salta, llegamos a San Salvador de Jujuy, al día siguiente visitamos los Altos Hornos Zapla, donde se fabricaba el acero. Por la noche a nuestro alojamiento, nos llegó la invitación de los choferes del micro a visitar algún lugar para divertirnos en las afueras de la ciudad. Sin saber mucho de qué se trataba, pero también para no quedar afuera de la mayoría, igual me pasó en ese viaje con el cigarrillo, accedí a la invitación, junto a unos diez compañeros. El transporte salió de la ruta principal, internándose por calles de tierra, uno de los choferes nos indicó que las luces rojas en algunas de las casas, era la señal para saber que allí se encontraba, lo que veníamos a buscar, casi sin saberlo. Aunque parezca mentira, muchos teníamos pudor de hablar de nuestra intimidad y deseos de forma seria, todo lo reducíamos a chistes baratos sobre sexualidad y hazañas sexuales imaginadas, cuanto más morbosas mejor; pero seriamente muy poco. El micro se detuvo cerca de una de las casas con su luz roja en el porche, bajamos en fila india como estábamos acostumbrados a movernos en la escuela para entrar al aula, nos debíamos quedar fuera de la casa y observamos que dentro en medio de un espacio con luz tenue, se disponían algunas mesas con bebidas, varios hombres sentados junto a mujeres prostitutas, semidesnudas, igual a las que encontrábamos en las revistas que curioseábamos en las horas libres. Pasando entre parejas bailando, el chofer se acercó a la barra para negociar la supuesta diversión, al salir nos dijo que teníamos que pagar algunos pesos, por tener un encuentro sexual con una de las chicas. Así como fuimos llegando en la fila, se fue cumpliendo el turno, lo sorprendente es que todos iríamos con la misma joven señalada. Mi lugar era noveno, con lo cual pasé más de una hora esperando en la vereda, provocando la molestia de sentir la vejiga cargada sobre el cinturón y que aguanté el alivianarla, para no perder el turno. La memoria, aún de las propias situaciones vividas, con los años suele transformarse en una mezcla de sucesos, deseos pasados y muchos detalles que uno olvida o acomoda. Recuerdo eso sí mi falta total, no sólo de experiencia, sino de información válida para llevar a la práctica los chistes, cuentos y relatos, sobre cómo tener una relación sexual con otra persona, sabíamos auto satisfacernos a duras penas. Cuando me tocó el turno —siguió relatando Luis, mientras escondía la mirada—, me dirigí entre esa penumbra sórdida hacia la chica indicada, distinguida entre todas por ser la que recién se sentaba luego de su encuentro con mi compañero anterior. 

Con un: “vení”, me tomó de la mano y llevándome fuera del local, atravesamos una puerta hacia una habitación a oscuras, las ganas de desocupar la vejiga se habían pasado y no recuerdo haber estado excitado, sí mi nerviosismo; no sabía muy bien qué tenía que hacer, no se veía con quién lo iba a hacer, ni dónde. Hasta que la chica encendió una vela, me pidió el dinero ya convenido con el chofer y vi que se quitaba el vestido, nunca el corpiño, se acostó en una cama y me dijo: “¿Te pusiste el cosito?” Supuse que se refería al preservativo, con vergüenza le contesté un pequeño sí. “Entonces ¡vení!” me dijo casi a modo de orden. No sé si era la vejiga cargada, el nerviosismo, la ignorancia, o vaya a saber uno, lo cierto es que no recuerdo haber tenido erección, ni nada aproximado en el momento. La chica comenzó a moverse debajo mío y al instante preguntó:

”¿Ya está querido?” Yo intentaba besarla, que fue el principal impulso que tuve, pero ella me advirtió que eso no quería que pasara, del resto de mi cuerpo, no tenía noticias. Dos o tres veces más insistió: “¿Ya está querido?” Tal vez por su insistencia o verdaderamente porque ya quería salir de ese lugar y esa situación espantosa, le dije que sí; sin analizar lo que había ocurrido, ni por qué servicio había pagado. Entonces, incorporándose me acercó un recipiente con agua y me dijo: “¡Nene! El cosito tiralo aquí y te podés lavar”. Salí hacia la vereda, esperando al último que faltaba y nos reunimos en la esquina junto a otros cuatro que aguardaban, el resto se había vuelto con el micro al hotel. Nosotros debíamos procurarnos transporte para llegar y lo hicimos subiendo todos a un taxi Renault 4, batiendo el récord de pasajeros. Lo que todavía me sorprende, es que nadie comentó su experiencia vivida, ni hablamos nada de lo sucedido.

Cuando leí el libro que me pasaste, reviví casi todas las situaciones y volvió a mí, parte de la repugnancia que me produjeron en aquel momento la prostitución, los prostíbulos y las distintas situaciones patéticas de los personajes de la historia, que seguramente viven siendo víctimas de sus propias limitaciones, deseos e ignorancia.

Como deducirás, jamás volví a pisar un lugar así, nunca más me relacioné con esas señoritas y tampoco me gusta leer estas historias, aunque reconozco lo bien escritas que están, con detalles melodiosos que describen el drama de los personajes y las tragedias a lo largo del relato.

—¡Gracias Luis! Lo que te removió y tus comentarios, me hacen valorar este libro tan sencillo como profundo. Valió la pena que lo hayas leído, por el sólo hecho de escuchar tus vivencias.


Charlybicen.


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